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Toallas de Portugal

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Uno de los posts atrasados, de nuestra visita a tierras paraguayas.

Desde tiempos remotos, siempre fue una costumbre muy espanhola eso de la compra transfronteriza. El dominguerista medio siempre gustó mucho de agarrar a toda la familia y meterla en el coche para poner rumbo hacia los países vecinos para beneficiarse en las transacciones comerciales.

Quizá todo empezó con las películas guarras que los avezados espanholitos iban a ver a Perpinhán. Igualmente célebres fueron las cruzadas de frontera a comprar azúcar a Andorra: estupidez humana en estado puro, ya que el viaje no compensaba ni aunque el azúcar fuera gratis en el país de las montanhas con fiscalidad fraudulenta. Desde la meseta, lo más socorrido un sábado de primavera era cruzar la frontera portuguesa a comprar toallas y demás menaje del hogar. Las Toallas de Portugal no eran más que un timo absoluto, podían ser muy baratas, pero no cometían su principal función. Las toallas de Portugal no secan! exclamaban los incautos espanholitos después de su primer banho tras la nueva compra.

Vista del caos paraguayo desde la frontera.

Esas compras transfronterizas siempre me han parecido vetustas y trasnochadas, algo así como un vestigio de un pasado más gris. En el mundo globalizado en el que vivimos, con las compras electrónicas en más boga que nunca, no parece que tenga mucho sentido cruzar una línea imaginaria solamente para irse de shopping.

Pero en Iguazú esa vieja tradición hispánica estaba de rabiosa actualidad. Argentina y Brasil se repartieron las cataratas, así que Paraguay se tuvo que conformar con las compras de los turistas más avaros.

Turistas ratas regateando por sombreros que no iban a comprar.

Así que como teníamos que comprar algunas cosas, cogimos un autobús y cruzamos la frontera Paraguaya. Solamente acercarnos a la aduana ya se veía que estábamos entrando en otro mundo: caos, suciedad, desorden y aglomeración.

Llegamos a Ciudad del Este, el pueblo fronterizo y nada más salir del autobús fuimos avasallados por centenares de vendedores de todo: desde cinturones, sombreros, ropa, tecnología incluso preservativos que su vendedor aseguraba que hacían música. Insistimos en que nos ensenhara el mecanismo y nos contestaba que eso solamente se veía cuando se usaban. Muy majete el senhor.

Una vez superado el shock inicial nos dispusimos a comprar las cosas que necesitábamos. Pero sucedió lo inevitable: todo era feo, malo y, sobretodo, no tan barato.

Vista de Ciudad del Este, aunque mejor se debería llamar Ciudad del (lejano) Oeste.

En fin, un timo. Las únicas compras que hicimos fueron unos pen drives, uno de los cuales ya no funciona bien.

Almenos conseguimos el sellito paraguayo y nos volvimos con nuestras particulares Toallas de Portugal.


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